Cuando el sectarismo político-mediático pesa más que la soberanía

Cuando el sectarismo político-mediático pesa más que la soberanía

Desde la ribera del río Amazonas hasta las páginas de los grandes medios, se libra hoy una batalla que trasciende la geografía: la defensa de la Isla Santa Rosa. Lo que el Gobierno peruano considera un asunto interno, Colombia lo reclama como parte inalienable de su territorio, amparado en el Tratado de Río de Janeiro de 1934. Sin embargo, resulta deleznable cómo, una vez más, ciertos sectores mediáticos y políticos opositores en nuestro país anteponen sus intereses de corto plazo a la unidad y a la soberanía nacional.

El periodismo mercenario y la amplificación de narrativas ajenas

Que Luis Carlos Vélez haya decidido amplificar la narrativa de la prensa peruana —que califica al presidente Gustavo Petro como “fabricante de conflictos”— no sorprende: es la misma voz que ayer lo acusaba de ceder territorio a Venezuela y hoy replica, sin por lo menos la plantear una miarda critica a dichas aseveraciones, los ataques de medios extranjeros contra su propio país. En su inconsecuencia, Vélez y sus colegas ignoran el principio básico de la frontera fluvial: la línea más profunda del lecho amazónico corresponde a nuestro país, y las islas al norte son legítimamente colombianas.

Caracol Radio reforzó esta narrativa al presentar a un residente local, Arnold Pérez, quien afirmó que “la Isla Santa Rosa es peruana: la comida, la gente, las autoridades, las banderas, los colegios, todo es peruano desde siempre”. Esa cobertura, sin embargo, omite que el tratado internacional vigente establece parámetros claros sobre la soberanía de las islas fluviales. ¿Acaso una percepción local anula un tratado entre repúblicas?

Una oposición que prefiere el odio ideológico a la defensa nacional

Mientras tanto, la senadora y precandidata presidencial del Centro Democrático, María Fernanda Cabal demuestra que su odio ideológico hacia el presidente Petro es más fuerte que cualquier consideración por la soberanía nacional. En lugar de aprovechar esta coyuntura para defender el territorio colombiano, prefiere mantener su línea de confrontación política, incluso si eso significa desacreditar el reclamo de Colombia frente a una posible vulneración del tratado binacional. Para ella, es más cómodo agitar los fantasmas del Catatumbo o Venezuela que alzar la voz por el Amazonas.

Pero no es la única. La precandidata Vicky Dávila también arremetió con virulencia, descalificando el legítimo reclamo territorial al decir: “Petro anda furioso. La prensa peruana le ha dado duro, dice que le está buscando problema a Perú para tapar escándalo de chats…”. Y agregó: “Petro, para tapar los chats que dejan al descubierto su vergonzoso comportamiento que afecta su función como presidente, ahora le busca camorra a Perú…. Él es especialista en armar cortinas de humo escandalosas. No dejemos los temas importantes de lado por ir tras los globitos de este Gobierno”.

El tono de Dávila, que por años se ha autoproclamado abanderada del “periodismo independiente”, no deja de sorprender por su falta de rigor y su facilidad para convertir una disputa de soberanía en simple estratagema electoral. Que una periodista que se precie de seria sugiera que un conflicto internacional puede reducirse a un distractor presidencial, sin entrar a analizar el fondo jurídico del reclamo, habla más de su obsesión con Petro que de quien aspira a ser quien conduzca el futuro de un país. A esta línea se suma la exvicepresidenta Marta Lucía Ramírez, quien señaló: “No es cierto que tengamos ninguna disputa con Perú, lo que hace Petro es una patraña porque los agricultores están muy enojados y tomaron las carreteras”. En otras palabras, ante una disputa por un punto geográfico clave del país, su diagnóstico es que todo es una excusa para evadir el descontento social. Una visión mezquina, reduccionista, y por supuesto, funcional al relato de quienes ven en cada decisión presidencial un escándalo, pero nunca una oportunidad para construir soberanía.

Una crítica con fundamento

El presidente Petro ha señalado con firmeza que “los dueños del capital no tienen patria” y recuerda la dolorosa pérdida de Panamá. Precisamente por quienes veían en el territorio más un negocio que una bandera, Colombia perdió una porción de su historia. Hoy, los mismos actores politíco-mediáticos corren el riesgo de repetir el error, celebrando silencios y aplaudiendo concesiones ajenas. Más allá de la retórica encendida, Petro apunta al corazón del asunto: la bioeconomía amazónica, con su potencial para convertirse en el cuarto renglón económico mundial, no es un asunto de cafés en la 93 o de proyectos urbanos elitistas. Es el pulso de la región y de nuestra identidad nacional. Despreciar esa realidad equivale a matar a Leticia un poco cada día.

Hacia una patria consciente

Este no es un conflicto de egos ni de slogans. Es la defensa de un derecho humano y político: el de una Colombia con acceso pleno a su gran río. Si Perú ha violado el tratado cuando incorporó islas sin consulta, corresponde agotar primero los mecanismos bilaterales y, de ser necesario, recurrir al derecho internacional.

A quienes hoy destacan la “irresponsabilidad” del Gobierno y piden mesura, les pregunto: ¿qué es más irresponsable que permitir el despojo de nuestro territorio por conveniencia partidista? La verdadera valentía está en alzar la voz contra la demagogia y exigir de los medios y la oposición una posición firme y unitaria.

Colombia merece más que debates estériles: merece una defensa inquebrantable de sus fronteras y de su futuro. Solo así podremos honrar la memoria de quienes lucharon antes por estas orillas y garantizar un mañana en el que nuestra soberanía no sea moneda de cambio en la bolsa mediática ni en la arena política.



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