Uribe y Vargas Lleras: Un matrimonio de conveniencia en ruinas

Uribe y Vargas Lleras: Un matrimonio de conveniencia en ruinas

Columnista invitado: Jaime Garciaromero

Desde un modesto micrófono en Fredonia, Antioquia, Álvaro Uribe Vélez lanzó una frase que suena a globo de ensayo, pero también a grito de socorro: “Muy respetable lo que dices, muy bien”, respondió cuando desde el público alguien le sugirió a Germán Vargas Lleras como su candidato para 2026.

¿Vargas Lleras? ¿El eterno heredero que nunca logra coronarse? ¿El hombre de los ladrillos y los coscorrones en campaña, con más rechazos que simpatías? ¿El político que se pasea entre partidos como si la ideología fuera una camisa que se cambia según el clima electoral?

Lo que está en juego aquí no es solo un nombre. Es una operación de rescate político a la desesperada. Uribe lo sabe: está acorralado, sin fichas frescas, sin narrativa creíble, con un partido carcomido por los escándalos y con un país que cada vez le cree menos.

Y por eso mira a Vargas Lleras. No por admiración. No por afinidad. Lo mira como quien escarba entre los escombros buscando algo que todavía funcione.

Una posible alianza entre Uribe y Vargas Lleras no es un proyecto de país: es un salvavidas mutuo. Una apuesta entre dos caudillos heridos, dos modelos de liderazgo agotados, dos figuras que se creen imprescindibles en una Colombia que clama por renovación.

Uribe representa el uribismo puro y duro: seguridad sin derechos, mano firme con guante de hierro, y un modelo económico clientelista que favoreció a los más poderosos. Vargas Lleras representa el continuismo tecnocrático, el pragmatismo sin alma, el frío cálculo de quien busca el poder sin importar el costo ideológico.

Si se unen, no suman fuerzas: suman cansancio. No convocan esperanza: reavivan el hastío.

Uribe pierde liderazgo. Hablar de Vargas Lleras es admitir que su partido ya no tiene figuras propias capaces de conquistar el país. Es reconocer que el Centro Democrático es una estructura vacía, oxidada, incapaz de reinventarse.

Vargas Lleras gana vitrina, pero pierde independencia. Aceptar el guiño de Uribe sería atarse a un pasado que Colombia quiere superar. Sería asumir el lastre del expresidente en un momento en que el país mira hacia otras formas de hacer política.

Y el país… el país solo perdería.

Una alianza entre Uribe y Vargas no traería ni verdad, ni justicia social, ni reformas urgentes. Sería volver al viejo pacto de élites, a los consejos de ministros con banqueros, gamonales y abogados de cuello blanco. Sería cerrar la puerta al clamor popular que pide educación, salud, tierra, paz, igualdad.

Lo que está detrás de esta alianza tentativa no es amor, es pavor. Es el miedo visceral de la derecha a que Gustavo Petro, con todos sus errores y su retórica desbordada, vuelva a poner presidente. Es el pánico a que el progresismo se mantenga en el poder, no por carisma, sino porque la derecha no ofrece nada distinto a lo ya fracasado.

Uribe y Vargas no son el futuro. Son la repetición del pasado. El reciclaje de lo que ya conocemos. El “más de lo mismo” con nombres de siempre.

Y si esa es la carta que va a jugar la derecha en 2026, entonces ya perdió.

El país está agotado de salvadores, de mesías de micrófono, de coaliciones armadas en la desesperación. Lo que se necesita no es una unión de apellidos ilustres, sino una alianza real con el pueblo. No más pactos en las cúpulas, sino compromisos con la calle.

Porque si Uribe sueña con Vargas Lleras como su carta para 2026, entonces está más lejos del poder de lo que cree.

Vía: Ojo Crítico

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